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Había llegado a la ciudad de Persépolis, pensando en quedarse con lo que había en el templo y en la ciudad. Pero la gente de la ciudad tomó las armas y lo atacó. Antíoco y sus acompañantes sufrieron una humillante derrota, y tuvieron que escapar.

Cuando Antíoco llegó a la ciudad de Ecbatana, le contaron lo que había pasado con Nicanor y le informaron de la derrota del ejército de Timoteo. Esto lo enojó muchísimo, y como los persas lo habían humillado, decidió desquitarse con los judíos.

Antíoco ordenó al que conducía su carruaje que no parara hasta llegar a su destino. Se sentía tan seguro de sí mismo que decía: «¡Tan pronto llegue a Jerusalén, la voy a convertir en un cementerio de judíos!»

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